lunes, 18 de febrero de 2008

El inicio

Era un día gris. La lluvia azotaba las ventanas, pero era el dolor lo que azotaba el corazón de Mónica. Exactamente ese día se cumplía un mes desde la última vez que había visto a Gabriel. Gabriel, su primer amor.

Mónica y Gabriel habían jugado juntos desde pequeños. Vivían en casas enfrentadas. Mónica no tenía padre, y Gabriel no tenía madre, por lo que el apoyo de la familia del otro les resultaba fundamental. Crecieron juntos, según creían sus padres, como hermanos. Pero tanto Mónica como Gabriel sabían que eso no era así. Si bien su amistad sufrió el deterioro propio de la pubertad, en la que los cambios físicos y hormonales causaban estragos, provocando burlas y soledad, este sentimiento resurgió con mucha más fuerza en la adolescencia. Con una fuerza tal que ya no podía ser ignorado. Mónica y Gabriel se dejaron llevar por ese amor que había nacido entre ellos. Temerosos ambos, ocultaron este hecho a sus familias, quienes aún nada sospechaban. Inocentes sus padres, todavía creían en la inocencia del vínculo entre sus pequeños hijos. Pero Mónica se escapa a hurtadillas de su habitación todas las veces que le era posible. Trepaba por la reja de su casa, cruzaba la calle de tierra y se escabullía por la puerta trasera de la casa de Gabriel. Allí, en un pequeño cuarto, daban rienda suelta al amor que los unía. En ese cuarto, con dieciséis primaveras recién cumplidas, Mónica le entregó a Gabriel el regalo más hermoso que un hombre podrá jamás recibir. Allí Mónica perdió su virginidad en manos del hombre que amaba.

El romance duró un verano entero. Al acercarse marzo, la madre de Mónica cayó enferma de un extraño mal, y el médico recomendó una estadía prolongada lejos del pueblo. No había opción. Ambas se trasladaron a la casa de los abuelos de Mónica, en la otra punta del país. A Mónica sólo podía sacarla de su angustia el recibir una carta de Gabriel todos los días. Era la única manera de mantenerse en contacto y así evitar que su amor muriera.

Pero el corazón se le estrujaba al saber que pasaría mucho tiempo antes de poder volver a verlo.

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