sábado, 29 de marzo de 2008

Capítulo VI: Lluvia y pasión

Mónica se levantó muy tarde a la mañana siguiente. Marie, el ama de llaves que toda la vida había acompañado a familia en esa mansión fue la encargada de despertarla. Alarmada porque Mónica siempre era la primera en levantarse, al ver que ya eran pasadas las once de la mañana y no daba señales de vida, Marie corrió a su habitación con una bandeja de desayuno, pensando que su pobre Mon estaba enferma.

El pan tostado estaba delicioso, así como el té. Pero Mónica tenía otros asuntos transitando por su mente. El encuentro fugaz que había tenido con el moreno y su amante la había sumido en la incertidumbre. Y la carta con la rosa… ansiaba volver a ver a Gabriel, pero no estaba segura de querer verlo en esas circunstancias. No con el moreno alrededor distrayéndola. Pero no había nada que pudiese hacer. Tan sólo esperar la llegada inminente de Gabriel y procurar no pensar. Lo que debiera pasar, pasaría.

El día transcurrió sin mayores novedades. Mónica intentó proseguir con la carta que le estaba escribiendo a su amiga Laura, pero al ver que le era imposible concentrarse, salió a caminar y dejarse llevar por los campos de trigo.

Vagó sin rumbo casi toda la tarde. De repente, comenzó a lloviznar. Mónica no había salido con ningún abrigo, solamente vestía un fino vestido blanco de verano. Una suave brisa comenzaba a hacerse sentir. Mon sintió frió. Su piel se puso tensa. Intentó volver a la mansión, pero en ese momento se percató de que no conocía el camino de vuelta. Estaba perdida. La invadió la desesperación. Estaba sola, tenía frío y no podía regresar.

Pero en ese momento sintió la presencia de alguien detrás de ella. Esperando encontrarse con Marie, que habría corrido en su búsqueda, se dio la vuelta rápidamente. Mas ante sus ojos se erguía imponente el moreno. Las gotas de lluvia recorrían dulcemente su fornido cuerpo. Tenía el torso desnudo y todo su cuerpo ostentaba las huellas del sol. Mon no podía más que admirarlo. Se miraron a los ojos. Lentamente el moreno fue acercándose y la rodeó con su fuerte y musculoso brazo por su pequeña cintura. La lluvia había transparentado casi por completo el vestido blanco de Mónica, y sus pechos turgentes se hallaban casi a la vista. Cuando Mon sintió ese fuerte abrazo todo su cuerpo se inundó con una súbita ola de calor. Sentía contra sus muslos el miembro erecto de él. Deseaba al moreno. Lo quería entre sus piernas. Lo quería dentro suyo.

El moreno arrancó apasionadamente lo que quedaba del vestido blanco y se deshizo también de sus ropas. Mon se recostó de espaldas al suelo. Su bellísimo cuerpo se ensuciaba con el lodo que la lluvía había formado, pero a ella ya no le importaba. El moreno la besó. Fue un beso repleto de pasión, de deseo. Luego continuó besando su delicado cuello y más tarde fue descendiendo hasta sus exquisitos pechos. Mónica jamás se había sentido tan excitada, ni siquiera cuando Gabriel exploraba torpe y dulcemente su cuerpo. Lo que sentía ahora era algo mucho más fuerte, más salvaje. Y entonces sucedió. El moreno la penetró. La sensación fue algo completamente inesperado para Mon. Ella sólo había estado con Gabriel. Pero el moreno parecía estar mucho mejor dotado, y tenía una fuerza impresionante. Mónica se sumergió en un éxtasis de placer que jamás podría haber imaginado. Perdió noción de absolutamente todo. Sólo era consciente del placer que sentía.

Y de repente, Mon se despertó en su cama. Era de noche. Por la ventana abierta se filtraban los rayos de la luna. La lluvia había cesado y el cielo estaba despejado. ¿Habría sido todo un sueño? No. Había sido demasiado real. Se destapó y tomó conciencia de su desnudez. Pudo divisar sobre la silla su vestido blanco, empapado y lleno de lodo. No, no había sido un sueño. Había sido la mejor noche de su vida.



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